martes, 16 de diciembre de 2014

La política desde el humanismo cristiano, por Guillermo J. Sueldo


El universo político está compuesto por diversas corrientes de pensamiento e ideologías que en forma conjunta o diversas ofrecen a los ciudadanos distintas opciones de gobierno, generalmente, basadas todas en el discurso del bienestar y el progreso. 
Ello no escapa al llamado Humanismo Cristiano, sino por el contrario, ya que se trata de una doctrina que tiene por objetivo la búsqueda de una actitud cultural que reivindica la dignidad humana, los derechos, las libertades y el desarrollo, incluso con trascendencia de lo confesional, precisamente por tratarse de algo cultural, aunque es obvio que tiene una raíz de profunda fe religiosa. Es decir, se basa en la búsqueda de un desarrollo integral (de allí el humanismo integral del que hablaba Maritain), más allá de la simple oportunidad que se brindan a los pueblos en cuanto adelantos tecnológicos y económicos, para llegar a dotar al ser humano de virtudes y valores. Ha dicho Benedicto XVI en la encíclica Cáritas In Veritate que “la fuerza más poderosa al servicio del desarrollo es el humanismo cristiano”. 
La política no debe estar alejada de principios y valores, es por ello que han surgido corrientes políticas que representan el humanismo de orientación cristiana al servicio del desarrollo con el objetivo fundamental de dotar a las personas no solo de posibilidades materiales, sino en destacar la fortaleza de su propia esencia para que el progreso no impida ni invada el sentido cultural de las virtudes y valores, como el respeto, la justicia, la vida, la ley, la solidaridad, la instrucción, la educación y el desarrollo pleno del ser humano; de allí que se contrapongan al humanismo cristiano doctrinas como el liberalismo económico y el comunismo; pues el primero solo se basa en el individualismo y la libertad de mercado pero con prescindencia de las posiciones dominantes de quienes lo controlan, basándose únicamente en la equidad de los valores de los bienes que se intercambian, lo cual viola la virtud cardinal de la equidad como instrumento de cohesión social; mientras que el segundo impone un colectivismo diseñado y dirigido por el estado y directamente anula toda libertad individual. El mercado no debe escapar a reglas claras de justicia y equidad y el estado no debe apoderarse de todos nuestros derechos. 
El humanismo de raíz u orientación cristiana, en el sentido trascendental de su término, viene a cumplir un rol de preponderancia en la vida cívica de los pueblos, pues no menoscaba las tesis económicas del desarrollo sino muy por el contrario, las estimula, pero brindando una óptica de dimensión superior al sentido humano de la vida y las relaciones interpersonales, sobrepasando el materialismo individualista y el colectivismo anulador del desarrollo personal. Tan es así, que se halla comprobado en la historia mundial las bondades y beneficios de gobiernos que han representado esta opción de vida en la política, con éxitos de prosperidad en un sentido integral y cuyos referentes han sido personalidades mundiales muy destacadas en la cultura y la política, como verdaderos estadistas. Basta recordar a Alcide De Gásperi, Konrad Adenauer, Aldo Moro, Rafael Caldera, Eduardo Frei Montalva, Patricio Aylwin y Eduardo Frei Ruiz Tagle, entre otros; y destacadísimos referentes intelectuales como el propio Maritain y Jaime Castillo Velazco, por ejemplo. 
Es decir, la política al servicio del hombre, con una auténtica meta de bienestar, basado en la ley y la democracia republicana como valores jurídicos y políticos, con una preeminencia en los valores cristianos como meta cultural para el sentido de la vida misma, echando por tierra el mito de que se trata de una opción política de personas cándidas que no entienden de política, pues los ejemplos mencionados son prueba más que suficiente, especialmente porque en algunos casos se trata de estadistas que han tenido que llevar adelante procesos de reconstrucción económica y moral tras verdaderos desastres, como guerras y terrorismos de estado. 
Claro que también es cierto, que quienes abracen el verdadero sentido político del humanismo cristiano, deberán estar a la altura de los desafíos que ello implica, más aún si tomamos a aquellas grandes personalidades como referentes de verdaderos hombres de estado, que tuvieron una enorme preparación cultural como base fundamental para entender las cuestiones sociales. Como señalara John Kennedy, “si hubiera más políticos que supieran de poesía y más poetas que entendieran de política, el mundo sería un lugar un poco mejor para vivir en él”. La preparación intelectual para pensar los desafíos del mundo no puede estar ausente en ningún político, pero menos aún en quienes representen el humanismo cristiano, ya que ello implica una altísima responsabilidad social, al servicio del desarrollo humano integral de la comunidad. En ese sentido, Dios nos libre de aquel que manifieste la necesidad de tener “vocación de poder”, pues ese no será nunca un estadista ni un político de vocación cristiana, pues en tal sentido, la verdadera vocación será la de gobernar; y la del humanismo cristiano, gobernar para servir a un proceso de desarrollo justo y equitativo; visto así, el poder no puede ser nunca una vocación sino la ambición de quien pretende servirse a sí mismo. 
Quienes hemos abrazado desde hace mucho tiempo el ideal basado en los valores y virtudes del humanismo cristiano, pretendemos dar a la política una visión profunda, superadora y trascendental de la vida humana, más aún teniendo por delante un contexto nacional y mundial muy complejo que obliga a pensar y llevar ese pensamiento a una acción concreta para alcanzar el progreso con dignidad humana, recordando que tal exigencia implica la necesidad de evitar la insustancialidad en el discurso y la acción, algo muy impropio del humanismo cristiano y de quien pretenda representarlo, dada la altísima responsabilidad que por sí mismo significa esta corriente de pensamiento para la acción de políticas de estado. 
Por ello, la oportunidad que tuvo Congreso Ideológico del PDC, se correspondía con la obligación de representar estos conceptos y la necesidad de plantear, en serio, qué representa actualmente la Democracia Cristiana en nuestro país, cuál es su ideología, entendida esta como un conjunto sistematizado de ideas y basado en pensamientos sustanciales, con la pretensión de liderar proyectos políticos para el bien común; cómo pretende hacer conocer esas ideas y proyectos que deberían ser propios, no tomar y colgarse de acciones y proyecciones ajenas que impiden el propio desarrollo sustancial de la Democracia Cristiana como tal, lo que no significa aislarse, sino tener pensamiento y acción propios para poder compartir y competir, buscando liderar y no acompañar el modelo de turno. 
La Democracia Cristiana argentina nació con valores fundamentales de honestidades personales que se opusieron fervientemente a toda clase de populismo anti republicanos, con diversidad de proyectos e ideas entre sus principales dirigentes, pero que supieron prodigarse respetos y afectos mutuos. Lo que se vive actualmente, sesenta años después de su nacimiento, es evidencia de la crisis general de partidos políticos, pero también de una ausencia de sinceramiento interno acerca de qué lugar debe ocupar hoy el partido. Ha mermado considerablemente su caudal de afiliados y simpatizantes, ha perdido a muchos de sus “cerebros” y casi no cuenta con juventud. A su vez, distintos distritos profesan conceptos muy diversos de una democracia cristiana. Ya no se trata solo de matices, sino directamente de opuestos totales de conceptos completos de lo que debería representar hoy el pensamiento de una democracia cristiana; que si bien se nutre de una fuerte raíz de la Doctrina Social de la Iglesia, no por ello debe identificarse como un partido político de la iglesia. Aquí se trata de hacer política y no pastoral social. No significa que sean opuestos, sino que necesariamente no deben ser lo mismo. 
Ningún partido político está en condiciones de hacer frentes políticos si no representa nada, si ha perdido identidad. Y hoy, nuestro PDC, nos guste o no, no representa por sí mismo un pensamiento claro y definido de políticas públicas. No tiene intendentes ni concejales y el único diputado nacional se encuentra fervientemente consustanciado con el gobierno nacional. No quiere decir que no tenga derecho a ello, solo que en lo personal no creo que este gobierno nacional represente de verdad algo del social cristiano. Ni en sus discursos ni en sus acciones. Si bien esa es una apreciación personal. Otros distritos viven realidades propias; alguno y tal vez por necesidad de no desaparecer, también se ha plegado al gobierno provincial de turno, en otro han realizado alianzas electorales muy diversas y otro ha luchado por mantener cierta pureza demócrata cristiana con alianzas locales más afines. 
En 2013, la provincia de Buenos Aires tuvo su propio vaivén de pretendida alianza electoral, pues al principio de insinuó con Massa para luego terminar con De Narváez. ¿Fue por propia decisión o por indicación ajena? Ese es otro grave problema actual. El partido se encuentra casi entregado a voluntades y estructuras ajenas (principalmente el peronismo) y en tal sentido sufre los vaivenes de esa corriente política, como un barrilete arrastrado por el viento, hoy el PDC se halla a la deriva y arrastrado por el viento de la interna peronista. Sin que esto represente un juicio de valor, solo es un dato de la realidad. Hoy su conducción nacional prácticamente se jacta de su relación con De la Sota, el Momo Venegas y Moyano, sin determinar orientaciones, proyectos y hasta conductas que repercuten en el imaginario colectivo de la sociedad, para determinar la conveniencia de tales acercamientos y asociaciones. Ha quedado demostrado que los líderes sindicales, por si solos no han podido armar estructuras partidarias propias exitosas (Casos Moyano) y si van a elecciones por sí mismos, no logran un mínimo aceptable de votos. Es decir, fuera de la estructura del PJ u otra corriente peronista (caso del Frente Renovador) no consiguen atraer a la ciudadanía. Además de ser los mismos de hace treinta años y con cuestionables patrimonios personales. Se ha perdido así un auténtico sentido cristiano como valor o virtud cardinal, pues sólo parece que el fin justifica los medios. 
Muchos han visto en la figura del Papa Francisco la oportunidad de reflotar el pensamiento social cristiano, que ha sido aprovechado por otros mientras el PDC se encuentra en la encrucijada de resolver internamente “qué es”, “hacia dónde quiere ir” y “cómo”. No basta con ser un dirigente sino que es vital la conducta, el pensamiento y la conducción que represente un liderazgo social y político, pues de lo contrario seguirá siendo una mini estructura al servicio de intereses ajenos. El Congreso de Huerta Grande representaba una buena oportunidad para tratar estos temas y exponer sobre asuntos relacionados con la economía, el comercio exterior, las relaciones internacionales, la redistribución de la población a través de políticas demográficas tendientes a disminuir la superpoblación en la grandes ciudades, con el agrandamiento de la miseria y la marginación, acompañado esto de políticas serias en materia migratoria, que no tienen que ver con la prohibición sino con la inteligencia en su aplicación. A veces lo irrestricto termina siendo anticristiano, si con ello contribuimos al hacinamiento, la promiscuidad y la marginalidad social. También con políticas en materia de instrucción pública y educación, de infraestructura, de respeto irrestricto por la ley (entendida esta como la herramienta de la civilización que más se ajusta a la consideración del respeto por el prójimo), de producción, de empleo, de saludo, de seguridad pública; etc. Pero su destino fue otro. 
Como consideración personal, soy muy crítico de todas las estructuras partidarias en sus conceptos y políticas públicas, desde 1983 a la fecha. Si en algún caso se deslizó el slogan de la “década ganada”, creo que en muchos casos hemos tenido tres décadas desperdiciadas. Pasamos de una feroz represión a considerar que nada debía reprimirse, como si reprimir en sí mismo fuese algo malo, Lo malo está en la intención y el objetivo, más que en la acción. Si el fin es violentar el derecho a la expresión política, es muy malo; si el objetivo es impedir la continuidad de un delito que pone en riesgo la vida de las personas y la paz social, pues solo habrá que tener la inteligencia y preparación suficiente para ello, pero no puede considerarse negativo. Sancionar alumnos que toman por la fuerza un colegio o que causan daño físico y moral contra una iglesia, no puede ser interpretado como un acto de “represión”, sino como una consecuencia racional y natural de establecer el orden social. Lo contrario es el anti sistema, al estilo del pensamiento filosófico de Michel Foucault, ideólogo preferido por los abolicionistas del Derecho Penal. Tampoco es “represivo” en el sentido de dictadura, impedir y repeler la acción de sujetos que con las caras tapadas y palos amedrentan a los ciudadanos adueñándose de las calles impidiendo la libertad de transitar. No es posible que un país viva de marchas callejeras constantes por cualquier motivo. Ese es un país que vive de marchas, pero no en marcha. Así se mal enseña, se menoscaba el sentido del orden jurídico y social hasta que se vuelve en contra de quienes de alguna manera lo alentaron y hasta lo toleraron por conveniencia. La sociedad en su conjunto se encuentra harta de estas situaciones, pero la dirigencia política mayoritaria miró para otro lado. Ahora que las cosas se han salido de control entonces se acuerdan de reclamar orden e institucionalidad. Si después de treinta y un años de democracia reclamamos institucionalidad, es porque esta democracia está en deuda con la sociedad. Esto es importante tener en cuenta para analizar internamente y de cara a enfrentar un desafío político de trascendencia. Si no entendemos que convivir en “vivir con el otro”, es decir, compartiendo espacios comunes, no podemos considerar la construcción de una sociedad con destino de progreso y bienestar. Vivir en comunidad implica que hay una unidad común que nos contiene, pero para lograr esa contención, con progreso y bienestar, es necesario que existan reglas, y es indispensable cumplirlas y hacerlas cumplir. El desorden generalizado y la falta de respuestas claras de nuestro sistema democrático desde 1983 a la fecha a las necesidades sociales y a caminos de políticas de estado comunes para el desarrollo, no solo han generado situaciones cíclicas de repercusión social trascendente, sino además el desgaste de las estructuras políticas tradicionales; y con ello, la desconfianza generalizada en el sistema político; y cuando eso sucede, anidan en la sociedad pensamientos que engendran extremismos de toda clase. Nuestra democracia ha tenido más éxito en la imposición de “partes” gobernantes que en la concertación de políticas de estado para dar respuestas a las exigencias sociales, a la vez que estableciendo horizontes prometedores. El PDC no es ajeno a ello porque forma parte de este espectro partidario de conjunto; pero debe ahora afrontar el desafío de la reconstrucción teniendo en cuenta el panorama general, para saber hacia dónde encaminar sus acciones. No creo que lo mejor sea atarse a una superestructura partidaria que deambula entre el liberalismo ortodoxo y el estatismo intervencionista de todas las actividades. Para colmo, quienes sostuvieron con sus poderes sindicales este llamado “modelo”, son los mismos que hoy se perfilan como oposición. Al igual que quienes engendraron el llamado “kirchnerismo” y manifiestan añoranza por Néstor Kirchner, representen una verdadera alternativa de cambio. Significa que “el modelo” sigue siendo el comenzado en 2003, pero diferenciado sólo en los modos. 
Si se pregunta por los logros del kirchnerismo siempre se cae en lo mismo. La “asignación universal”, “los derechos humanos”. Después de 12 años de gobernar no tienen mucho más que mostrar. Además, el primero de los temas fue tomado de otros y el segundo, fue utilizado para la venganza y para los negocios privados, como el caso de Shoklender y las madres de plaza de mayo. Además del señor Milani cuyos antecedentes dejan mucho que desear. Pero ¿cuáles son los logros de la oposición? En muchos casos, sólo ladrar el paso del carro de Cristina. A veces parecen más analistas políticos que verdaderamente políticos. Cabe preguntarse cómo pretende encarar el PDC su supervivencia frente a un panorama como este. Si pretende hacerlo con discurso y voto propio o, si lo hará con discurso y voto “ajenos”, como actualmente en la Cámara de Diputados de la Nación; dado que allí no existe un unibloque de la Democracia Cristiana sino que se integra el bloque del FPV. 
Resulta también ya muy trillado y hasta a veces vulgar por parte de figuras políticas de relevancia, la constante apelación a “la gente”. En primer lugar, porque la gente es variada por circunstancias de lugar y personal. No se representan a sí misma del mismo modo la gente de Purmamarca que la de Palermo Soho. Tampoco la del conurbano bonaerense es toda la misma. No tienen los mismos problemas ni enfrentan las mismas dificultades los de un barrio privado elegante del norte del gran Buenos Aires que los que viven en Moreno o José C Paz y en sus puertas tienen barro, sin luz y sin cloacas. Decir que hay que estar cerca de la gente es tan obvio como decir que no hay que robar. Un líder político no puede ponerse detrás del discurso de “la gente”, sino por delante; pues un líder conduce, no es conducido por la masa. Claro que a “la gente” hay que escucharla, pero el líder debe hacerse escuchar y con un discurso que lo distinga del resto y sea una señal y guía de un camino a transitar. Una sociedad con una profunda ausencia de valores destacables como la nuestra, necesita de discursos con más contenido que continente para rescatar aquellos valores adormecidos en el inconsciente colectivo y a la espera de quien los despierte. Pero cuidado, como dije antes, la desconfianza en el sistema político también despierta extremismos. Cuando lo conocido resulta ser siempre lo mismo, se produce una suerte de rebelión anímica social generadora de comportamientos de tumulto; y el tumulto es la multitud desconcertada que adopta por necesidad lo primero que se ofrece para su supervivencia, aún con ausencia de valores humanos trascendentes. La responsabilidad de un partido político de raíz humanista no puede estar al margen de estas situaciones, comprometiéndose en la búsqueda de algo superador, alejado de componendas que quitan relevancia a su doctrina y por ende, carecen de virtud. 
Estas son algunas de las cuestiones que el PDC debe poner de si verdaderamente quiere tener un destino político serio, más allá de las ideas que prevalezcan, pero que al menos sean claras, precisas y con objetivos concretos de políticas públicas. 
Atte.


Guillermo J. Sueldo

1 comentario:

  1. Estoy en un todo de acuerdo. No creo que, a semejante comentario (y comentarista), se le deba agregar algo. Sólo, estimo, debo resaltar unas frases del Dr. Sueldo que, me parece, deberían ser tenidas en cuenta en el presente por quienes aspiran a ser líderes políticos:
    "Resulta también ya muy trillado y hasta a veces vulgar por parte de figuras políticas de relevancia, la constante apelación a “la gente”. ... Decir que hay que estar cerca de la gente es tan obvio como decir que no hay que robar. Un líder político no puede ponerse detrás del discurso de “la gente”, sino por delante; pues un líder conduce, no es conducido por la masa. Claro que a “la gente” hay que escucharla, pero el líder debe hacerse escuchar y con un discurso que lo distinga del resto y sea una señal y guía de un camino a transitar".

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