viernes, 2 de octubre de 1970

La situación política y la DC, febrero de 1956

Comunicado de la Junta Nacional:
LA SITUACIÓN POLÍTICA DEL PAÍS Y LA DEMOCRACIA CRISTIANA
Los diversos problemas políticos, económicos y sociales que vive el país y que agitan la opinión de sus sectores, determinan a la Junta Nacional del Partido DEMÓCRATA CRISTIANO a precisar públicamente sus puntos de vista, mediante la honesta consideración de los acontecimientos.
La Revolución Libertadora, no es obra de ningún partido político en particular, ni de la ayuda foránea, sino de coincidencia de todos los ciudadanos amantes de la libertad, sin distingos ideológicos, en un esfuerzo común tendiente a lograr la recuperación institucional y moral de la República. En la realización revolucionaria tuvo parte principal la juventud. Una juventud que creció ansiando la democracia, sin haberla vivido, porque amaba la libertad que intuía como inseparable de la dignidad humana. Esa presencia juvenil significa una nueva representación de vida que se traduce en un rechazo violento del pasado inmediato y de todas las prácticas políticas que, junto con la acumulación de injusticias sociales, hicieron posible su advenimiento.
La tranquilidad pública exige el recto cumplimiento de los propósitos fundamentales del movimiento y que no se defrauden los anhelos de la nueva generación que cifró en él sus esperanzas. Esa juventud se encuentra ausente de la obra de gobierno y de la directiva política. A quienes la reemplazaron les incumbe la histórica responsabilidad de no traicionar su ideal, de demostrarles que la democracia que soñaron es mejor que la tiranía que vivieron; en una palabra, de ganarles definitivamente para la causa de la libertad.
Diversos episodios vinculados a cesantías y a nombramientos y la actuación de figuras de determinados partidos en gobiernos de provincias, motiva la impresión de que la tarea revolucionaria se ha convertido en patrimonio de agrupación política, violentando así la posibilidad de una convivencia equitativa de las distintas tendencias.
La Democracia Cristiana afirma: que ningún partido democrático que aspira a ser tenido como tal, puede pretender -sin quebrar sus principios- el acceso al gobierno a través, no de una consulta popular, sino de una revolución que no es su obra exclusiva. Para desvirtuar aquella confusión es necesario que se acentúe la neutralidad política del gobierno en las órbitas provinciales, llevando a las funciones principales a personas de reconocida filiación democrática, capaces de la suficiente ecuanimidad para permitir la cooperación democrática de los diversos partidos que lo apoyan, tarea que estos pueden y deben cumplir sin pérdida de la propia independencia o mengua de los progresos particulares.
Frente a iniciativas recientes, la democracia cristiana señala: que la pluralidad de partidos y su correspondiente actividad pública, es indispensable para la recuperación cívica del país y el esclarecimiento de la conciencia política.
No puede ser dañosa, si se cumple sin ánimo sectario y sin propósitos subalternos de carácter electoralista o de logro de posiciones. No es posible el silencio sobre temas fundamentales -como los que hacen a la educación, o a la familia- porque sería apartarse de la docencia cívica, objetivo fundamental de los partidos en una democracia. El contubernio de fuerzas políticas, hecho siempre por acuerdo de cuerpos directivos a espaldas de las masas partidarias, no es necesario para el apoyo y el éxito de un gobierno de transición. El país sólo reclama: amor al pueblo y preocupación por resolver sus problemas, sinceridad política y lealtad en los procederes.

La crítica situación económica que atravesamos, consecuencia de la precaria condición heredada del régimen pasado, impone el apoyo, sin prejuicios previos, de medidas o planes de gobierno, que sólo se justifican por su carácter de emergencia y su transitoriedad.

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